Fue al mostrador del cielo a brindar por nosotros
Hay una canción de Los 8 de Momo que lo pinta de cuerpo entero, «Sordo Tomás, tanguero y anarco viejo, pinta canas al espejo, verdulero de la esquina…», pero Wilson «Chuchila» Beltramelli, no sólo era el propietario del Bar «La Amistad», enclavado por casi 60 años en la esquina de 18 de Julio y Andrés Latorre, sino que además fue durante todas esas décadas, uno de los íconos del barrio Almagro de Salto.
Porque si bien los barrios tienen referentes, personajes y vecinos queridos de muchos años, que son los que marcan la verdadera historia de nuestra vida cotidiana, porque son con los que compartimos nada más y nada menos que la vivencia diaria, el caminar de la cuadra de nuestra casa no es lo mismo sin ellos, ya que son ese paisaje cotidiano que está ahí, incólume, estoico, haga frío o haga calor.
Siempre con la sonrisa dibujada, más que dibujada, estampada, haciéndonos reír cuando salíamos de casa para que el viaje cotidiano al trabajo, al estudio o adonde sea que fuéramos, sea menos pesado, más alegre y más lindo.
No sé porqué le decían Chuchila, nunca se lo pregunté durante todos los años que me cruzaba con él al salir de mi casa o al volver ya cansado, con ánimo o sin él, pero Wilson siempre estaba, atento, vigilante, como si estuviera siempre contento, no sé, capaz era su función.
Fue capaz de levantar un muerto con sus ocurrencias. Bastaba un solo grito de él a lo lejos para hacernos sentir bien y sacarnos una sonrisa, contestarle y reír, o llegar para hablar de nuestras preocupaciones.
No sé si lo que estoy escribiendo ahora lo estoy haciendo bien, lo hago con un nudo en la garganta, solo sé que me enteré por la radio, a la vieja usanza, de su fallecimiento y este domingo de mañana me cambió la perspectiva por completo de todo lo que tenía pensado escribir.
Tengo un desorden en el pensamiento porque se me vienen muchos recuerdos a la cabeza y con él eran todos lindos.
Era un amigo, un hermano de la vida, un vecino querido, un personaje, un emblema del barrio, ya que cuando decidió cerrar el Bar, que era un centro cultural barrial en sí mismo, tras 56 años detrás del mostrador escuchando historias y alegrando a los vecinos, Almagro ya no fue igual y una luz se apagó, dejando a la zona más taciturna que nunca.
Hoy esa taciturnidad se volvió llanto, tristeza y emoción apretada en la garganta. A sus hijos, Federico, Valeria y Leticia el legado de un padre que fue Gardel en su propio barrio. Y a su incondicional María, la que todos queremos y conocemos, la alegría de haber construido el camino de su vida con un compañero que en las buenas y en las malas, siempre estuvo ahí.
A todo mi querido barrio Almagro, saber que si bien se nos apagó otra lucecita más de esas que iluminaban y le daban vida a nuestras vidas, ya que en su caso, él era como el alcalde de la cuadra, ahora saberlo contento junto a su hermano Omar, al Milo, al Ruso Basilio, al Roque, a Delia, a los Cardozo, al Pinduca, al Pepé, al Dante y a un montón más, con los que van a tomarse una allá en el cielo servida por él mismo y seguramente, a brindar por todos nosotros con algún grito disparatado que nos haga reír a todos.
Así te vamos a recordar. Hasta Siempre Querido Chuchila, Salú
Hugo Lemos