Carta de Sanguinetti en diario argentino sobre su viaje con Lacalle y Mujica

Ayer, extraño domingo de primero de año, estuvimos en Brasilia, junto a nuestro presidente, el doctor Lacalle Pou, y el colega José Mujica en la toma de posesión del presidente Luis Ignacio Lula da Silva.

Gesto simbólico que destaca la relevancia de la relación diplomática con Brasil, al mismo tiempo que exhibe el mejor rostro de la democracia uruguaya, su capacidad de convivencia en la diversidad, de vivir la intensidad del debate sin descalificaciones personales.

Cabe recordar que cuando la toma de posesión de Alberto Fernández el presidente Vázquez concurrió con el ya presidente electo Lacalle Pou, y que durante las dos presidencias nuestras todas las visitas de Estado incluían al Parlamento opositor y a la Justicia.

Hay quienes dan poca relevancia al simbolismo de los gestos que, en política, son hechos, más relevantes o menos según los casos, pero nunca intrascendentes. Que los presidentes Trump y Bolsonaro no entreguen la banda presidencial es algo más que una anécdota: son testimonios irrefutables de una actitud que tarde o temprano se traducirá en choques institucionales, como ya pasó en los Estados Unidos y en Brasil.

También en la Argentina, cuando la doctora Kirchner se negó al simbolismo tradicional en la asunción de Macri.

En este momento político del Uruguay también es importante porque un episodio delictivo, producido por el otorgamiento de pasaportes a ciudadanos rusos con documentación falsa, ha generado toda una tormenta mediática: al involucrar al jefe de la custodia del presidente, el tema escaló de la crónica policial a la política.

La práctica viciosa venía desde el gobierno frentista, pero estalló ahora, luego de una investigación realizada por la Dirección de Inteligencia, subordinada al ministro del Interior y por lo tanto al presidente, que actuó con reserva, informó a la fiscalía y sorprendió al propio presidente.

Esta circunstancia es demostrativa de la independencia de cada servicio del Estado, bien distante de la opacidad que suelen cultivar los organismos de seguridad. En cualquier caso, no pasa de ser un tema de delitos contra la administración, que están a decisión de la Justicia. Por cierto, al presidente lo ha mortificado la situación, pero no es el primer gobernante, ni será el último, a quien defraude un subordinado en quien confió.

Más allá de estos ruidos episódicos, el país muestra una gran solidez institucional y una situación general de estabilidad. La economía está creciendo al 5% y la inflación ronda el 8% anual, lo que es tranquilizador, cuando las potencias mayores transitan también impensados guarismos.

El ritmo de la economía lo marca la exportación, hoy en récords históricos, con el mundo de la madera equiparando al de la carne y algunas novedades cualitativamente relevantes: las exportaciones de servicios informáticos superaron los 1000 millones de dólares, resonantes en una economía del porte de la uruguaya.

El trabajo se ha recuperado luego del sacudón de la pandemia: la desocupación, que este gobierno la recibió en un 10%, hoy está abajo del 8%. El desafío está en que, con menos personal, la economía ha producido más, lo que –si bien testimonia una bienvenida mejoría de productividad– impone el desafío de mayor formación profesional. Los empleos que se recuperan después de la pandemia no son exactamente los mismos de antes, porque se acentúa vigorosamente la economía digital, dejando en el camino actividades sustituidas por la informática.

En la mirada estructural, se están llevando a cabo reformas importantes. Una es la seguridad social, que crea un sistema unificado, en el que convergen varios regímenes vigentes y, entre otras cosas, actualiza las edades a la mayor expectativa de vida, llevando los actuales 60 años a 65, en una gradación de 20. Al actual gobierno, fiscalmente, no le cambia nada, porque la aplicación es muy paulatina, pero es un compromiso –de mirada larga– con las nuevas generaciones, a las que se les ofrece un panorama de sostenibilidad.

La otra gran reforma, tan polémica como todas las de su naturaleza, es la educación, donde el gobierno adelanta cambios muy importantes, en programas, formación docente, enseñanza media y –en términos generales– una orientación hacia la evaluación constante de aprendizajes, de competencias, que son los que hacen la diferencia.

Como decimos, la sociedad vive un cambio de tiempo histórico, que deja atrás la era industrial y al entrar en la digital, con una aceleración abrupta, desnuda retrasos educativos que pasan a ser cruciales, al generar bolsones de inempleables que el Estado debe mantener a elevado costo.

Nunca estamos satisfechos con la situación y así debe ser. El desafío es, dentro de las circunstancias, estar lo mejor posible. Y eso nuestro país puede decirlo sin humildad ni arrogancia.

En el orden internacional, Uruguay mantiene una línea de militancia democrática, que sin duda hoy no es unánime en la región. El apoyo que está recibiendo el farsesco golpe de Estado de Perú de países como México, la Argentina o Colombia nos habla de una suerte de hemiplejia ideológica según la cual los atropellos a la Constitución solo pueden ser de derecha, porque los con aire de izquierda se bendicen por su condición de víctimas de una difusa oligarquía… El relacionamiento latinoamericano, entonces, no es demasiado armónico y si nos replegamos a nuestro ámbito del Mercosur, nos encontramos con serias dificultades.

Como es notorio, Uruguay ha reclamado mayor flexibilidad comercial en el Mercosur, aún demasiado cerrado. El fundacional concepto de “regionalismo abierto”, que en los primeros años generó una notable ampliación del comercio, fue cediendo paso a pulsiones proteccionistas que tergiversaron el concepto. Por eso el gobierno uruguayo inició una negociación de un tratado de libre comercio con China y recientemente pidió la incorporación al llamado Transpacífico. Estos pasos han provocado una fuerte oposición argentina. Ahora, con un nuevo gobierno en Brasil, no soñamos con que encabece un desvío liberal, pero sí es probable que pueda entender que lo que conviene a Uruguay no necesariamente perjudica a sus socios, dados nuestro tamaño y características.

Nada sería mejor para el Mercosur que mirar hacia el mundo. Encerrarse es atrasarse. El mundo de esta postguerra será menos abierto que antes, pero entre un extremo y otro transita la única vía posible hacia economías modernas y competitivas.

Expresidente de Uruguay

Julio María Sanguinetti

(Publicado en La Nación, Buenos Aires)

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