Caída de Bustillo muestra que la democracia goza de buena salud
La institucionalidad del Uruguay no está en juego, lo que sí existe es una mancha sobre muchas cosas que están pasando en el gobierno y que costará limpiar. Tampoco está en riesgo la democracia, existe una reafirmación de la misma cuando estas cosas pasan de la manera que pasan y tienen los desenlaces que están teniendo.
Esa es la conclusión a la que arribo con todo este fuerte y lamentable episodio que nos toca vivir una vez más con el gobierno nacional. Por suerte se actúa a tiempo, los responsables de las irregularidades renuncian, se los sustituye, el país sigue funcionando y los generadores de estos incidentes quedan expuestos por los medios de comunicación que por suerte, siguen haciendo su trabajo con la libertad que les permite denunciar estas cosas, sin ser suprimidos como ocurre con las dictaduras.
Pero una cosa no quita la otra. Que un ministro de Estado quiera amedrentar a su número 2 para que cometa un hecho irregular, como formular una mentira ante el Parlamento nacional, que es donde están los representantes de toda la población, con el único fin de querer salvar su propio pellejo, y encima la incite a destruir evidencia que en este caso oficia como información pública, es por lo menos imperdonable y la renuncia es lo menos que podía hacer.
Pero Francisco Bustillo era un hombre de confianza del presidente de la República. Señalado entre los amigos de la familia Lacalle Herrera, Bustillo vino a sustituir a Ernesto Talvi, que abandonó la cancillería y la política pocos meses después de haber asumido, porque se confiaba en su condición de diplomático de carrera.
Hasta el 2020, Francisco Bustillo era el embajador de Uruguay en España y antes lo había sido en Argentina, porque contaba con la confianza y el beneplácito de los gobiernos del Frente Amplio, donde los presidentes Tabaré Vázquez y José Mujica lo consideraban pieza clave en la política exterior del país.
Y Lacalle Pou lo quiso como el hombre adecuado para ser su canciller. Pero ante un error como el de haberle otorgado un pasaporte a un uruguayo que estaba en el exterior y después enterarse que era un narcotrarficante prófugo de la justicia, Bustillo quiso taparlo de la peor manera posible. Amedrentando a su número 2 para que mienta en el Parlamento, donde iban a ser interpelados por la oposición, quienes querían saber porqué le dieron a ese uruguayo, llamado Sebastián Marset, un pasaporte uruguayo que le permitía quedar en libertad en Emiratos Árabes, donde había caído preso por usar un documento falso.
Bustillo dijo que no sabía quién era Marset y que la ley los habilita a entregar el pasaporte a un uruguayo que no tuviera una causa abierta en el país, siendo ésto último cierto, pero dejando muchas dudas sobre lo anterior. Hay dudas sobre si Bustillo no sabía quién era Marset cuando se le entregó el pasaporte. Ahora de lo que no quedan dudas, es que Bustillo se había enterado y sabía perfectamente quién era Marset, cuando fue a la interpelación en el parlamento.
Lo que yo resalto, es que otra vez acá estuvo la labor del periodismo libre e independiente como el que ejerce con autoridad el semanario Búsqueda de Montevideo desde hace 50 años, que fue determinante para que se conocieran este tipo de situaciones y para que las autoridades del gobierno volvieran a quedar expuestas ante la opinión pública, lo que amerita que primero tengan que renunciar e irse para su casa y tras esto quedar a disposición de lo que se le pida, como llegado el caso, tener que ir a la justicia.
Por eso lo del principio; Uruguay vuelve a probar ante un episodio cuestionable que emana del gobierno, primero que la separación de poderes funciona, segundo que la institucionalidad está fuerte y tercero que la democracia goza de buena salud.
Primero porque actuó la justicia, repercutió en el periodismo y provocó que un integrante del gobierno tuviera que renunciar. Segundo, que si cae un ministro, entra otro y el país sigue funcionando, mientras que el parlamento puede cuestionar libremente y la justicia seguir investigando para llegar hasta el final de la trama. Y tercero que la democracia está fuerte y goza de buena salud, porque las democracias se miden por la libertad de prensa; y en este caso, la prensa investigó libremente, denunció libremente y eso generó un alto impacto ante la población que dijo lo que quiso, al punto que las denuncias del periodismo libre hicieron caer un ministro.
Si hubiera una democracia débil, nadie habría renunciado, el medio de prensa que hizo la denuncia sería clausurado y sus periodistas estarían presos por decir lo que dijeron, como pasaría en países como Cuba, Venezuela o Nicaragua.
Por eso, estoy orgulloso de que en mi país pase que, ante una denuncia del periodismo sobre una acción irregular de integrantes de un gobierno, el ministro implicado tenga que renunciar, el parlamento siga cuestionando y la justicia continúe investigando. Pero sobre todas las cosas, el periodismo siga haciendo su trabajo con la garantía de que puede seguir investigando. Como lo hizo antes con otros casos como el de Pluna o el de Sendic, que terminó con la renuncia de un vicepresidente por corrupción, sin que la institucionalidad, la separación de poderes, ni la democracia estuvieran en riesgo.
Seguramente todos estos temas darán muchas más noticias y allí estará el periodismo independiente y plural para seguir denunciando, sin que nadie pueda callarlo.
Hugo Lemos