Donald Trump: la promesa de la “edad de oro”

Por: Gabriel Pastor

El regreso triunfal de Donald Trump a la Casa Blanca, investido ayer como el 47º presidente de Estados Unidos, representa un hito político notable. Luego de haber enfrentado graves acusaciones legales de profundas implicancias éticas, el líder republicano promete iniciar una nueva “edad de oro” para el país.

Cuatro años después de abandonar el poder con rencor, negándose a aceptar el veredicto de las urnas, Trump retoma las riendas de la nación en un contexto cargado de simbolismo y desafío político. Durante la ceremonia celebrada en el Capitolio, alrededor del mediodía local, Trump se presentó con una energía renovada.

En su discurso presidencial, expuso propuestas y anhelos que parecen tener un sentido de revolución. Un “cambio rápido y profundo”, dijo, que busca transformar aspectos fundamentales de la política estadounidense.

Exhibió una postura desafiante. Se refleja incluso en el primer retrato oficial de su regreso al poder, mostrando un orgullo y una confianza notables a sus 78 años. El dominio sobre el Partido Republicano, el control de la mayoría en el Congreso, la contundente victoria electoral y popular en un “juego de revancha”, y los aplausos del establishment empresarial, no son casualidades, sino el resultado de su habilidad para imponer su voluntad.

Si Aristóteles concebía al hombre como un “animal político”, Donald Trump podría ser descrito como una “fiera política”. Por su combatividad, determinación inquebrantable y notable capacidad para afrontar desafíos con fuerza y astucia. La caracterización de un “espíritu indomable” ayuda a entender cómo Trump logró algo difícil de alcanzar, con implicancias de largo plazo: convencer a una amplia franja del electorado de su relato catastrófico sobre el país y de que su liderazgo personalizado es la única solución para revertir el declive.

Un relato seductor

Ayer, en Washington, quedó claro cómo Trump ha logrado penetrar en lo que el historiador Yuval Noah Harari denomina la “realidad intersubjetiva”. Se trata de relatos capaces de establecer conexiones entre un amplio número de mentes. Diversas clases sociales, edades, géneros y creencias confían en que el nuevo líder de EEUU transformará al país en una nación más orgullosa, próspera y libre. Más grande, fuerte y excepcional que nunca. No importa si esto es cierto (¿acaso no es ya próspera, libre y fuerte?).

Lo relevante es que los electores y los ciudadanos en general creen mayoritariamente en la narración trumpista.

Que un líder como Trump aspire a mejorar el estado de las cosas de un gran país como EEUU es tan necesario como pertinente. Contribuye a preservar o aumentar la confianza de la ciudadanía en la cosa pública. Así como al fortalecimiento tanto de la economía como de la convivencia democrática.

Pero la base para cualquier política pública, más si tiene pretensiones fundacionales, es respetar que la propia realidad exige un nivel objetivo con hechos objetivos, que no dependen de las convicciones particulares. Es preferible separar los hechos de los errores y evitar mantener un relato que no refleje la verdad, por muy atractivo que sea. Aunque las narrativas atractivas pueden ser tentadoras, es fundamental que se basen en hechos verificables para mantener la confianza.

En ese sentido, muchos de los argumentos de Trump, reiterados ayer en plena investidura fallan en los datos o evidencias que sustentan sus controvertidos planes reformistas.
Reformas versus hechos

Es compresible que el presidente procure resolver el problema que supone que en EEUU vivan unos 11 millones de migrantes indocumentados. Es un drama desafiante para cualquier país. El presidente Joe Biden lo intentó desde un primer momento y fracasó hasta por la falta de apoyo de su propio Partido Demócrata. Pero es equivocado pretender resolverlo bajo una noticia falsa. Por ejemplo, al afirmar que muchos extranjeros indocumentados provienen de prisiones e instituciones psiquiátricas. Y sin reconocer el papel fundamental que la mayoría de ellos juega en la economía doméstica.

¿Es coherente con los tiempos actuales abandonar las políticas verdes y volver a apostar por una industria automotriz basada en combustibles fósiles con el objetivo de repetir la experiencia de las décadas de 1950 a 1970? ¿Y aplicar aranceles al comercio a 30 años de políticas liberales que trajeron prosperidad económica ante la evidencia empírica de que los mercados cerrados siempre perjudican a los consumidores?

China, a través de empresas, ha aumentado su influencia en Panamá, como ha ocurrido y ocurre en buena parte de la región. Tiene presencia en terminales del Canal de Panamá. Pero no es cierto que esté bajo control de Pekín, como insinúa Donald Trump con la intención de volver al estatus anterior al presidente demócrata Jimmy Carter.

Hay más medidas controversiales. Escapan a la tensión entre información y verdad. Son igual o más dañinas por el potencial que tienen en dañar aún más a la polarizada democracia estadounidense. Como los indultos a los participantes en los disturbios del 6 de enero de 2021 en el Capitolio, una promesa de campaña. Dictó una concesión de clemencia a los casi 1.600 acusados, lo que incluyó a 14 miembros de las milicias de extrema derecha Proud Boys y Oath Keepers, la mayoría de los cuales habían sido condenados por conspiración sediciosa, según consigna el diario The New York Times.

Donald Trump y amigos

El viento de cambio cultural, que está generando esperanza en la mayoría de la población, se sintió con fuerza tanto en la ceremonia presidencial como en las calles adyacentes. Fue un clima muy diferente al del 20 de enero de 2017, cuando el magnate inmobiliario pisó por primera vez la Casa Blanca. Ayer no fue necesario recurrir “hechos alternativos”, como hizo hace ocho años Kellyanne Conway, entonces consejera presidencial, para defender los datos falsos difundidos por el departamento de prensa de la Casa Blanca de Trump, que afirmaban que la toma de posesión republicana había contado con la mayor asistencia en la historia del país.

En 2017, Donald Trump era una figura inusual en el ámbito internacional. Pero hoy cuenta con una base global de seguidores mucho más amplia y popular. Lo acompañaron los referentes de las administraciones de la India y China, entre una larga lista de otros gobernantes extranjeros. Líderes como el presidente de Argentina, Javier Milei, y la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, estuvieron en primera fila con abierta simpatía por la corriente trumpista. De alguna manera, aggiornando el populismo más radical de Viktor Orbán, un aliado histórico y entusiasta de la vuelta de Trump.

Trump llegó a la política con un discurso populista desafiante hacia la élite, criticando a quienes socavado los intereses del pueblo estadounidense. Su mensaje resonó con una amplia base de votantes que sentían que el sistema político tradicional no los representaba. Esto lo enfrentó directamente a las élites económicas, políticas y mediáticas dominantes en Washington.

Sin embargo, el nuevo giro político del trumpismo es percibido de manera diferente por multimillonarios tecnológicos como Mark Zuckerberg y Jeff Bezos. En el pasado, eran críticos con el magnate republicano. Ayer se mostraron entusiasmados con el discurso presidencial. Elon Musk, hoy uno de los colaboradores más cercanos de Trump, podría liderar un plan de drástico ajuste del gasto federal desde la propia Casa Blanca.

Popularidad y poder

El presidente, que en estas horas disfruta de transitar la cumbre de su popularidad y poder, pronunció un discurso cargado de una actitud redentora y ambiciosa. Afirmó que, bajo su liderazgo, EEUU será más grande que nunca, comprometiéndose incluso a plantar la bandera estadounidense en Marte.

Es loable que el presidente, lejos de quedarse en la retórica, haya firmado desde el primer minuto en el cargo decenas de órdenes ejecutivas que desmantelan la agenda y políticas demócratas de las que no cree y se disponga a cumplir con sus promesas de campaña.

Sin embargo, debería reconocer que los resultados favorables de las políticas públicas siempre están sujetos al “sentido común”, por citar a Trump, que muestran los hechos objetivos. El coraje, la determinación y una visión compartida para cumplir los sueños son fundamentales. Pero pueden desmoronarse si se niega la realidad misma.

Gabriel Pastor es Miembro del Consejo de Redacción de Diálogo Político. Investigador y analista en el think tank CERES. Profesor de periodismo en la Universidad de Montevideo.

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