El gobernante debe saber cómo vive el gobernado, sino no sirve

Un gobernante debe saber todo lo que le pasa a un gobernado. Debe saber cómo vive, cómo es tener que levantarse cada mañana pensando en los distintos problemas que tiene que resolver para su diario vivir, debe conocer qué significan los riesgos e incertidumbres que debe padecer el ciudadano común cada día, debe saber qué significa vivir en el barrio, algunos sin calles asfaltadas, otros sin luz, otros con problemas de servicios, otros con aguas cloacales a la vista, otros con escuelas en mal estado, otros sin liceos, otros con falta de acceso a la salud, otros con problemas de seguridad, otros con carencias estructurales básicas, otros con el merendero como espacio ya naturalizado para la alimentación de los niños del lugar, otros con falta de esperanza por ver cómo los gobernantes llegan a visitarlos en autos en los que ellos difícilmente puedan llegar a tener y encima los mismos deben quedar a varios metros porque las calles están hechas pedazos.

El gobernante debe saber lo que significa tenerle miedo a las tormentas porque las piedras rompen el precario techo que se tiene y a su vez tiene que saber cómo crece el arroyo con las fuertes lluvias que inundan a todo el barrio para tomar medidas y evitar que esas cosas pasen.

Tiene que tener claro que las personas necesitan ayuda, asistencia y más Estado, porque ninguna sociedad y mucho menos las nuestras en Uruguay y América Latina, prosperan con el «arreglate como puedas» y con el «cada uno en la suya».

El gobernante debe tener muy claro cosas básicas de la vida de los gobernados, como saber cuánto sale el precio del boleto del ómnibus, cuánto cuesta el litro de leche, el kilo de pan, la yerba, un kilo de papas, en fin, saber cuánto cuesta una canasta de alimentos; pero también el precio promedio de un alquiler, cuánto es un sueldo promedio y qué se puede comprar con él.

Cuánto gana un jubilado y cómo viven. Qué funcionarios públicos son los más eficientes y cuánto ganan, y por el contrario, cuáles son los menos eficientes y cuánto ganan, para saber buscar un equilibrio entre los que sirven y los que no, entre los que ganan una miseria y los que ganan una fortuna.

El gobernante debe saber cuánto es la inflación, cuánto es el desempleo, cuánto es el PIB de su departamento y del país, cuántos vehículos circulan por las calles y cuántos son los que están revolviendo contenedores de basura y porqué lo hacen.

Tiene que saber cuál es el promedio de personas que puede irse de vacaciones en verano y qué hacer con los que no se van de vacaciones porque no puede soñar con hacerlo. Debe saber qué políticas debe tener para que los jóvenes gobernados tengan oportunidad de acceder a la educación, al deporte, tener acceso al empleo y a la proyección de una vida digna.

Si el gobernante no se baja del auto, no camina por las calles, no entra a las casas, sean ranchos o casas de dos pisos, no va al interior profundo y ve cómo la policlínica del lugar es lo más cercano a un centro de esperanza y el médico rural es la figura más importante después de la imagen del Dios o de la Virgen que tengan sobre sus repisas, sino va al bar de la zona y habla con los parroquianos para saber cuáles son sus saberes, sus sentires y sus miradas de la vida, pero sobre todo sus experiencias que cuentan sin guión alguno cómo se vive en el lugar.

Si el gobernante no mira a los ojos a la gente, sino agarra sus manos y no siente lo que siente un gobernando, difícilmente pueda estar preparado para resolver uno solo de los problemas que tiene la gente. No podrá sentir sus dolores ni alegrarse con sus alegrías, por lo cual solamente será un ser que ocupe un espacio durante un tiempo, gane un buen dinero público que le asegure un buen pasar a él y a su familia; y tras eso, pase a retiro, dejando el vacío de no haber sabido gobernar, por lo tanto, de no haber sido capaz de cumplir con el trabajo que le dieron, ergo, será un inservible más de muchos de los que ya hemos tenido.

Ojalá, que los gobernantes y sobre todo los que aspiran a serlo quieran vivir como la gente, para que no sigan viviendo de la gente.

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