Impactante relato de Vladimir, esposo y padre de las víctimas del trágico accidente de la ruta 3

Vladimir Espíndola tras la muerte de su mujer y sus dos hijas en un accidente en la ruta 3 cerca de Salto. Foto: Juan Manuel Ramos para El País de Montevideo.

Vladimir Espíndola es salteño y tiene que enfrentar la muerte de su esposa y sus dos hijas. Roxana Pesce y sus niñas Emilia y Savina, las fallecieron en un accidente el pasado 8 de julio, en el kilómetro 473 de la ruta 3, cuando venían de paseo a Salto por las vacaciones de invierno en un auto y chocaron contra un camión en una curva peligrosa. Las tres perecieron en el lugar y quedaron en el interior de los hierros retorcidos del auto, al costado de la ruta.

El hecho fue trágico y espantoso, y llegamos mucho antes de que aparecieran las autoridades, porque si bien fue a tres kilómetros del límite departamental con Salto, la jurisdicción policial y fiscal correspondían a Paysandú, cuya capital estaba a 110 kilómetros del lugar del hecho.

Hicimos la cobertura informativa para Laguardia, El País y Subrayado. Fue tremendo lo que vivimos en ese mismo día junto con Sergio Senisa, ya que veníamos de ver otro hecho igual de espantoso. Senisa es experimentado camarografo que aún así tuvo mucho cuidado al momento de mostrar lo sucedido, con él nos trasladamos de un lugar a otro para dar la información con la mayor precisión posible.

Pero este domingo, el compañero y colega, Sebastián Cabrera, de El País, publicó una impactante entrevista a Vladimir, la cual muestra algunas de las fotos que tomó Sergio ese día. Vladimir, aún angustiado y entre sollozos, contó todo por lo que tuvo pasar para hacerse de los cuerpos de su esposa e hijas, los trámites posteriores y un dolor que no tiene cura.

La entrevista puede leerse de manera completa en la edición impresa de El País o en www.elpais.uy

Aquí un extracto de esa entrevista.

«Desde que me dijeron (del accidente, el sábado 8 de julio a las ocho y media de la noche) hasta el lunes de mañana, recuerdo muy pocos detalles. Me cuentan que en el camino yo iba preguntando dónde las íbamos a enterrar, era algo que no imaginaba», contó Vladimir en la entrevista.

Cuando llegaron en la mañana, tuvieron que esperar hasta las cinco de la tarde del domingo por los cuerpos que venían desde Paysandú y ahí se enteraron que había una orden de no hacer velorio: «Eso se le transmitió a la empresa fúnebre La Salteña desde el Estado y ellos a nosotros. Pero igual la empresa, que trabajó fuera de horario sin decir ni mu, permitió hacerlo. Segundo problema: el accidente había ocurrido a 10 kilómetros de la ciudad de Salto pero habían llevado los cuerpos 110 kilómetros hacia atrás, hasta Paysandú, por un tema de jurisdicción. «¿Nadie podía tomar la decisión de llevarlas para Salto? —pregunta, indignado—. Porque después los familiares tienen que hacerse cargo del traslado. En este caso desde Paysandú hasta Salto», relató.

Contó que el lunes, un día y medio después del accidente, una hora y media antes del entierro, «una amiga de Roxana, Fernanda, le avisó que justo cinco días antes ella le había dicho que si un día moría quería ser cremada y que sus cenizas fueran esparcidas en un lugar que la hiciera feliz».

«Desde ahí tengo memoria —dice—. Me paré, dejé de llorar y salí a la casa de sus padres a decir cuál era su voluntad, que también se la había dicho a una tía unos años antes». Y ahí, cuenta, tuvieron que ir a pelear con el Estado porque en Salto existe una reglamentación municipal que indica que alguien que tiene una muerte violenta no puede ser cremado, salvo que exista la orden expresa de un juez.

«La empresa fúnebre nos avisó de esa disposición. Y nos dijeron: “Ustedes vayan y hagan todo lo que puedan, pero les avisamos que en todas las ocasiones anteriores esto nunca fue concedido”. Así las cosas, lograron que se aprobara la cremación con la ayuda del abogado Sergio Batalla —al que dice que le debe “el estar parado acá”—, además de un “montón de personas” que llamaron a las autoridades.

«Después de conocer que la voluntad de mi mujer era ser cremada, nadie la iba a enterrar si yo estaba vivo», expresó Vladimir.

INDIGNADO CON QUE HAYA GENTE VIVIENDO EN EL BASURERO DE SALTO

La primera vez que volvió a Salto, un mes después del accidente de su familia, pasó por el lugar del accidente y seguía todo tirado.

«Conseguí una camioneta y me fui con bolsas de basura con mi hermana y estuvimos ahí juntando los restos, cosas de mi familia, hasta dibujos de mis hijas, cuadernos de mi mujer, ropa, pedazos de juguetes», recuerda.

«De ahí fuimos al basurero de Salto, donde hay gente que vive ahí. Son familias adentro de la basura. Era un sábado de tarde. Se vinieron todos arriba. Había mujeres, hombres, niños. Les dije: “Mirá, estos son los restos de un accidente donde murió mi familia. No hay nada de valor”. Ellos me dijeron: “No importa, nosotros revisamos igual”. Les pedí que esperaran un poquito. Empecé a bajar las bolsas y enseguida ya estaba la primera destrozada y todos hurgando. Ver eso fue fuerte pero no sentí nada contra esa gente. Sí me generó bronca e indignación pero no con ellos, sino con los que vivimos afuera del basurero. No puede ser que haya gente que viva en ese extremo. Gente que no le importa nada», expresa.

Vladimir relata que, cuando iban a Salto, le preguntó al hermano dónde había sido el accidente y al pasar por el lugar a las ocho o nueve de la mañana, él le dijo: “El accidente es acá pero no voy a parar”. Y aceleró.

«Yo no dije nada, no podía decidir nada, ni si tenía que tomar agua o respirar. Pero el viernes siguiente, de regreso, dije que quería parar. Lo recorrí, estaba todo tirado aún, partes del auto, parte del camión, papeles, juguetes y ropa. Junté algunas cosas. Estar en el lugar del accidente fue uno de los momentos más bravos después de verlas en un cajón. Estuve como una hora, después paré en la comisaría de Chapicuy y pedí para ver el auto, que estaba ahí. En el piso del acompañante alguien dejó un cartón con un Padre Nuestro escrito y se lo quiero agradecer, no sé quién es», contó.

Vladimir terminó reflexionando sobre el dolor que le toca atravesar «el dolor más fuerte que me podía tocar en esta vida ya lo tengo. Yo no lo voy a esconder, lo llevaré conmigo y punto. Estoy en paz por el tiempo que le di a mis hijas y a mi mujer en vida. No me imagino lo que debe ser pasar por esto que estoy pasando con culpa. ¿Vos me preguntás cómo cicatrizar esto? No sé si cicatriza».

«Yo llegué a la conclusión de que cuando alguien en esta vida te necesita, vos no le estás haciendo un favor, esa persona te hace un favor a vos. Eso me di cuenta con mis hijas. Ellas se pasaban para nuestra cama todas las noches, la más chica tipo a las cuatro de la mañana. Me llamaba para que la fuera a buscar. Tengo plena consciencia de levantar a mi hija, era hermoso cuando me tiraba los brazos y se abrigaba conmigo. Yo mentalmente le decía “gracias”, eso empecé a hacerlo con las dos un par de meses antes de que fallecieran».

(Entrevista de Sebastián Cabrera para El País. Con anotaciones de Hugo Lemos y la cobertura del accidente)

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