Más allá del insulto a un presidente
Cuando en el año 2002, el entonces dirigente del sindicato de trabajadores del taxi, Gustavo López, dijo en una entrevista concedida al semanario Búsqueda que «la madre de Jorge Batlle es una santa, pero él es un hijo de puta», terminó pidiendo disculpas públicas en un juzgado.
No porque haya dejado de pensar eso, que no era otra cosa que una mala expresión de lo que sentía por el gobernante de turno y sus políticas de esa época, sino porque el entonces presidente Batlle entendía que en definitiva el insulto no era para él, sino para la institución presidencia de la República.
Porque era algo que todos los uruguayos en democracia debíamos cuidar y valorar independientemente de quien ocupara el cargo.
Pero eso pasó, en ese momento a la salida del juzgado Gustavo López y Jorge Batlle se dieron la mano, y el hecho quedó así.
Sin embargo, ese valor sustancial que quedó como ejemplo en aquel momento de cómo tenían que ser las cosas, se fue perdiendo con el tiempo.
Tanto Tabaré Vázquez como José Mujica tuvieron que soportar críticas y varios dichos, aunque no se recuerdan más incidentes como el de aquel colono que lo llamó «mentiroso» a Vázquez en una protesta a la salida del Ministerio de Ganadería y días después la página de la Presidencia de la República, se vengó del individuo; publicando el listado de deudas que el mismo tenía con el Estado, como una de las peores campañas de descrédito que se recuerde y de mala utilización de los bienes públicos para eso.
Pero la catarata de insultos y vituperaciones que recibió el actual presidente uruguayo ante un grupo de manifestantes en el acto por el Día de la Independencia en la ciudad de Florida, fue una falta de respeto y desubicación.
Sobre todo si quienes los proferían eran supuestos delegados que dicen representar a docentes y a estudiantes.
Aunque ahora parece que no representaban a nadie, ya que tras los descalificativos que se hicieron públicos y fueron rechazados en todos los ámbitos, todos los sindicatos y políticos de izquierda se están desmarcando.
En aras de la libertad de expresión pueden gritar y decir lo que quieran. Pero en el marco de una protesta responsable y con argumentos, se desubicaron. Porque insultar al presidente es denostar la institución Presidencia de la República.
Si bien el propio mandatario se tomó esos cánticos y descalificativos con humor y no pidió que a los manifestantes los corrieran ni un milímetro de lugar, algo que sí pasaría en países como Cuba, Nicaragua o Venezuela, donde además los insultadores irían presos por «atentar contra los líderes» de esos regímenes, esa agresión verbal se vuelve contra ellos mismos porque la gente quiere respeto, discusiones con altura y reclamos con soluciones.
Insultar al presidente de turno en Uruguay solo denigra a la institución que representa y es nada más ni nada menos, que insultarnos a nosotros mismos y estas personas que lo hicieron, en tanto son o pretenden ser educadores, deberían saberlo.