La triste historia del hombre que se inmoló frente a la Presidencia

(EL PAÍS, MONTEVIDEO) Luis Lacalle Pou dijo que era “un problema del presidente de la República” que un uruguayo se prendiera fuego en la Plaza Independencia, frente a la Torre Ejecutiva.

Desde Nueva York, donde participaba de la cumbre de las Naciones Unidas, el mandatario declaró a Canal 12: “Un uruguayo intentó prenderse fuego. ¿Es un problema escala? No, pero es un problema personal, es una persona que se intentó eliminar. Eso es un problema del presidente de la República, eso es un problema o es un tema del gobierno”, agregó.

Pasadas las 10.30 horas del pasado miércoles fue que el electricista Gustavo Cano, alias “el Pelado”, llegó a la Plaza Independencia. Los porteros de la Torre Ejecutiva y los empleados de los comercios de la zona observaron que Gustavo tomó unos mates cerca del mástil donde ondeaba la enorme bandera uruguaya.

Luego sacó las pinzas y los destornilladores que siempre llevaba en su cinto de electricista y los depositó en el suelo. Lo que vino después llamó la atención de todos los que estaban a su alrededor. Gustavo se roció con combustible y se prendió fuego. Minutos más tarde, guardias de seguridad de la Torre Ejecutiva usaron bomberitos para extinguir el fuego.

Gustavo falleció al día siguiente en el Centro Nacional de Quemados (Cenaque). Tenía quemaduras en el 80% de su cuerpo. El triste desenlace fue el corolario de una serie de insucesos que se arrastraban desde su niñez.

Una vida dura

Hace 27 años, cuando Gustavo Cano era un niño, la familia vivía en una pequeña casa ubicada en Calle 4 y García Lagos, Barrio Municipal Instrucciones. Los vecinos de la zona no se ponen de acuerdo sobre si los Cano tenían tres o cuatro hijos. Gustavo era el mayor. En el extranjero reside una hermana (o dos, según algunos vecinos).

Como sus padres se embriagaban a menudo, Gustavo, entonces de seis años, y su hermano más pequeño, salían a pedir alimentos en los ómnibus del Centro.

Ya mayor de edad, Gustavo conoció a una muchacha con quien convivió varios años en la casa paterna, ubicada en Calle 4 y García Lagos. La pareja tuvo dos hijos y se separó.

En 2015, Gustavo perdió a su madre y a la semana falleció su padre. Al poco tiempo, tanto él como su hermano comenzaron a sufrir ataques de epilepsia.

Según relataron los vecinos, los médicos pensaron esos ataques eran brotes psicóticos y Gustavo fue internado en el Hospital Vilardebó. Pese a todo esto, las habilidades manuales y sus conocimientos de electricidad, lo llevaron a ser contratado por la UTE en forma tercerizada. En 2017 se puso de novio con Valentina, con quien tuvo una niña. Fueron años felices; solo interrumpidos, cada tanto, por ataques de epilepsia.

Hace cuatro años, la Intendencia de Montevideo cedió a Gustavo y a su familia una coqueta vivienda de dos pisos y tres dormitorios en Curitiba y Antillas. “Yo los veía pasar a los tres. La bebé era hermosa. Eran una familia feliz. Él era un buen muchacho. Muy respetuoso”, dijo una vecina que lo conocía desde niño.

La debacle de Gustavo comenzó en 2019. UTE finalizó su contrato y a partir de ahí comenzó a ganarse la vida cortando el pasto en el barrio o realizando instalaciones eléctricas para vecinos. En las horas vacías consumía marihuana.

El principio del fin podría decirse que fue el 5 de agosto de este año. En la esquina de Antillas y Curitiba, Gustavo se agarró a golpes de puño con “el Pinti”, el hijo de una vecina. Durante la pelea, Gustavo observó, azorado, como un vecino llamado “el Brasileño” le pegó un tiro en la cabeza al “Pinti”, que falleció en minutos. Gustavo, que no tenía antecedentes penales según dijeron fuentes carcelarias, quedó en shock.

En los días sucesivos, Gustavo tuvo arranques de ira que lo invadían cada vez que estaba bajo mucho estrés o presión. Una tarde rompió los vidrios del fondo de su vivienda y tiró colchones encendidos fuego al patio de la casa de su vecina, la madre del “Pinti”. También intentó incendiar su casa. En unos de esos ataques, Valentina y su hija de tres años huyeron.

“Las muertes de Gustavo y del Pinti” pudieron haberse evitado. El Hospital Vilardebó nunca realizó un seguimiento para saber si Gustavo tomaba sus medicaciones. Acá el Estado está omiso”, dijo una vecina referente en la zona.

Temprano en la mañana de ese miércoles fatídico, Gustavo cargó sus herramientas de electricista como lo hacía todos los días, pese a que hacía dos años que ya no trabajaba en UTE, un bidón y se dirigió hacia la Plaza Independencia.

(EL PAÍS)

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